LA FARMACIA:
Nasrudín estaba sin trabajo y preguntó a algunos
amigos a qué profesión podía dedicarse. Ellos le dijeron:
-A ver Nasrudín... Tú eres un hombre muy capaz y
sabes mucho sobre las propiedades medicinales de las hierbas. Podrías abrir una
farmacia..
Nasrudín volvió a su casa, le estuvo dando vueltas
a la cuestión durante unos días, y finalmente se dijo: "Sí, es una buena
idea, creo que soy capaz de ser farmacéutico". Claro que Nasrudín estaba
pasando por una época en la que deseaba ser muy prominente e importante.
"No solo abriré una farmacia que se ocupe de hierbas. Abriré un
establecimiento enorme y produciré un gran impacto...".
Entonces compró un local, instaló los estantes y
vitrinas, y cuando llegó el momento de pintar la fachada colocó un andamio, lo
cubrió con sábanas, y se puso a trabajar sin que nadie pudiera ver nada. A
nadie le dejó ver cómo estaba pintando la fachada y qué nombre pondría a la
farmacia.
Después de unos días distribuyo panfletos que
decían: "Mañana es el gran día. Inauguración: mañana a las 9".
Todas las personas del pueblo y de los pueblos de
los alrededores vinieron y se concentraron expectantes frente a la farmacia.
A las 9 en punto salió Nasrudín y, con gesto
teatral, sacó la sábana que cubría la fachada de la tienda. La gente que allí
estaba vio un gran cartel que decía: "FARMACIA CÓSMICA Y GALÁCTICA DE
NASRUDÍN"
Debajo, con letras más pequeñas: "Armonizada
con influencias planetarias".
La gran mayoría de personas que asistieron a la
inauguración quedaron muy impresionadas. Aquel día hizo mucho negocio, la gente
no dejaba de comprar. Por la tarde el maestro de la escuela del pueblo le
visitó y le dijo:
-Francamente Nasrudín, estas afirmaciones que usted
hace son un poco dudosas...
-¿Dudosas por qué? -respondió Nasrudín-.
-Eso de cósmica y galáctica, y armonizada con
influencias planetarias, francamente...
-No, no, no, no... -dijo Nasrudín- Todas las
afirmaciones que yo hago sobre las influencias planetarias son absolutamente
ciertas. Cuando sale el sol, abro la farmacia. Cuando el sol se pone, la
cierro.
PERLAS DE SABIDURÍA:
Había una vez en el lejano Oriente un hombre
considerado muy sabio. Un joven viajero decidió visitarle para aprender de él.
-Es realmente sencillo, -le dijo- yo solo me dedico
a descubrir perlas de sabiduría. ¿Ves aquel gran baúl de perlas?
-Sí.
-Son todas las que he acumulado durante mi vida.
-Son todas las que he acumulado durante mi vida.
-Sí pero... ¿dónde puedo encontrarlas?
-Están en todas partes.
Es cuestión de aprender a discernirlas.
La sabiduría siempre está preparada para quien esté dispuesto a tomarla. Es como una planta que nace dentro del hombre, evoluciona dentro de él, se nutre de otros hombres y da frutos que alimentan a otros hombres.
Es cuestión de aprender a discernirlas.
La sabiduría siempre está preparada para quien esté dispuesto a tomarla. Es como una planta que nace dentro del hombre, evoluciona dentro de él, se nutre de otros hombres y da frutos que alimentan a otros hombres.
-Aaahhhhh, ya, ya.... Lo que me está diciendo es
que tengo que ir descubriendo lo que hay de sabio en cada persona para crear mi propia sabiduría y
compartirla con los demás...
En aquel momento, las palabras de aquel joven
parecía como si se fueran formando una pequeña nube de vapor de agua que se
condensaba hasta solidificarse en una pequeña perla. Inmediatamente el maestro
la recogió para ponerla junto al resto de perlas.
El maestro le dijo:
-Realmente, mi única sabiduría es recopilar estas
perlas para después saber utilizarlas en el momento oportuno.
AFILAR EL HACHA:
En cierta ocasión, un joven llegó a un campo de
leñadores con el propósito de obtener trabajo. Habló con el responsable y éste,
al ver el aspecto y la fortaleza de aquel joven, lo aceptó sin pensárselo y le
dijo que podía empezar al días siguiente.
Durante su primer día en la montaña trabajó
duramente y cortó muchos árboles.
El segundo día trabajó tanto como el primero, pero
su producción fue escasamente la mitad del primer día.
El tercer día se propuso mejorar su producción.
Desde el primer momento golpeaba el hacha con toda su furia contra los árboles.
Aun así, los resultados fueron nulos.
el leñador jefe se dio cuenta del escaso rendimiento del joven leñador, le preguntó:
-¿Cuándo fue la última vez que afilaste tu hacha?
El joven respondió:
-Realmente, no he tenido tiempo... He estado
demasiado ocupado cortando árboles..
EL ÁRBOL QUE NO SABÍA QUIEN ERA:
Había una vez en un lugar que podría ser cualquier
lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un jardín esplendoroso
con árboles de todo tipo: manzanos, perales, naranjos, grandes rosales,... Todo
era alegría en el jardín y todos estaban muy satisfechos y felices. Excepto un
árbol que se sentía profundamente triste. Tenía un problema: no daba frutos.
-No sé quién soy... -se lamentaba-.
-Te falta concentración... -le decía el manzano- Si
realmente lo intentas podrás dar unas manzanas buenísimas... ¿Ves qué fácil es?
Mira mis ramas...
-No le escuches. -exigía el rosal- Es más fácil dar
rosas. ¡¡Mira qué bonitas son!!
Desesperado, el árbol intentaba todo lo que le
sugerían. Pero como no conseguía ser como los demás, cada vez se sentía más
frustrado.
Un día llegó hasta el jardín un búho, la más sabia
de las aves. Al ver la desesperación del árbol exclamó:
-No te preocupes. Tu problema no es tan grave... Tu
problema es el mismo que el de muchísimos seres sobre la Tierra. No dediques tu
vida a ser como los demás quieren que seas. Sé tú mismo. Conócete a ti mismo
tal como eres. Para conseguir esto, escucha tu voz interior...
¿Mi voz interior?... ¿Ser yo mismo?...
¿Conocerme?... -se preguntaba el árbol angustiado y desesperado-. Después de un
tiempo de desconcierto y confusión se puso a meditar sobre estos conceptos.
Finalmente un día llego a comprender. Cerró los
ojos y los oídos, abrió el corazón, y pudo escuchar su voz interior
susurrándole:
"Tú nunca en la vida darás manzanas porque no eres un manzano. Tampoco florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Tú eres un roble. Tu destino es crecer grande y majestuoso, dar nido a las aves, sombra a los viajeros, y belleza al paisaje. Esto es quien eres. ¡Sé quien eres!, ¡sé quien eres!..."
"Tú nunca en la vida darás manzanas porque no eres un manzano. Tampoco florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Tú eres un roble. Tu destino es crecer grande y majestuoso, dar nido a las aves, sombra a los viajeros, y belleza al paisaje. Esto es quien eres. ¡Sé quien eres!, ¡sé quien eres!..."
Poco a poco el árbol se fue sintiendo cada vez más
fuerte y seguro de sí mismo. Se dispuso a ser lo que en el fondo era. Pronto
ocupó su espacio y fue admirado y respetado por todos.
Solo entonces el jardín fue completamente feliz.
Cada cual celebrándose a sí mismo.
LAS LLAVES DE LA FELICIDAD:
En una oscura y oculta dimensión del Universo se
encontraban reunidos todos los grandes dioses de la antigüedad dispuestos a
gastarle una gran broma al ser humano. En realidad, era la broma más importante
de la vida sobre la Tierra.
Para llevar a cabo la gran broma, antes que nada,
determinaron cuál sería el lugar que a los seres humanos les costaría más
llegar. Una vez averiguado, depositarían allí las llaves de la felicidad.
-Las esconderemos en las profundidades de los océanos
-decía uno de ellos.
-Ni hablar -advirtió otro-. El ser humano avanzará
en sus ingenios científicos y será capaz de encontrarlas sin problema.
-Podríamos esconderlas en el más profundo de los
volcanes -dijo otro de los presentes.
-No -replicó otro-. Igual que sería capaz de
dominar las aguas, también sería capaz de dominar el fuego y las montañas.
-¿Y por qué no bajo las rocas más profundas y
sólidas de la tierra? -dijo otro.
-De ninguna manera -replicó un compañero-. No
pasarán unos cuantos miles de años que el hombre podrá sondear los subsuelos y
extraer todas las piedras y metales preciosos que desee.
-¡Ya lo tengo! -dijo uno que hasta entonces no
había dicho nada-. Esconderemos las llaves en las nubes más altas del cielo.
-Tonterías -replicó otro de los presentes-. Todos
sabemos que los humanos no tardarán mucho en volar. Al poco tiempo encontrarían
las llaves de la Felicidad.
Un gran silencio se hizo en aquella reunión de dioses. Uno de los que destacaba por ser el más ingenioso, dijo con alegría y solemnidad:
-Esconderemos las llaves de la Felicidad en un
lugar en que el hombre, por más que busque, tardará mucho, mucho tiempo de
suponer o imaginar...
-¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde? -preguntaban con
insistencia y ansiosa curiosidad los que conocían la brillantez y lucidez de
aquel dios-.
-El lugar del Universo que el hombre tardará más en
mirar y en consecuencia tardará más en encontrar es: en el interior de su
corazón.
Todos estuvieron de acuerdo. Concluyó la reunión de
dioses. Las llaves de la Felicidad se esconderían dentro del corazón de cada
hombre.
CRUZANDO EL RÍO:
Un anciano maestro zen y dos discípulos andaban en
paz y silencio por un largo camino. Hacia el mediodía llegaron a un río y
vieron a una chica muy guapa sentada tranquilamente con los pies puestos en el
agua. La chica contemplaba receptiva y seductora a los tres caminantes.
Los dos discípulos empezaron a mostrarse nerviosos
ante tanta belleza. Los dos quedaron embelesados por el atractivo radiante del
cuerpo de la chica y por la brillantez de su mirada. Poco a poco se fueron acercando, dejando al maestro
en un segundo plano.
-¿Quién de los dos podría ayudarme a cruzar el
río?...
Los dos muchachos se miraron y dirigieron un gesto
interrogando al maestro que observaba lo que estaba pasando. El maestro lanzó
una mirada profunda a cada uno de ellos sin decir nada. Después de un largo y
tenso minuto de dudas, uno de los discípulos avanzó, y cogiendo a la mujer en brazos,
la ayudó a cruzar el río entre sonrisas, caricias y mucha complicidad.
Una vez llegaron al otro lado del río se dieron un
beso tierno y se despidieron sin dejar de mirarse. El joven se dio media vuelta
y continuó el camino con el otro discípulo y el maestro.
El discípulo que se había quedado junto al maestro
no dejaba de lanzar interrogadoras miradas al silencioso e impasible anciano
que solo observaba. Pasaban las horas mientras avanzaban silenciosos por las
montañas y valles. El discípulo que no había cruzado el río junto a la
muchacha, realmente lo estaba pasando muy mal. Pero no decía nada.
Por la noche, cuando llegaron a casa, sus
movimientos delataban su estado interno: se quemaba con el fuego que encendía,
se le caía el vaso de agua que sostenía entre sus manos, tropezaba con la raíz
de un árbol del jardín... Su mirada siempre encontraba el rostro impasible y
ecuánime del anciano, que lo observaba sin emitir juicio ni palabra.
Tres días después, la tensión llegó a ser tan dura,
que el chico se dirigió hacia el maestro y le dijo con rabia:
-¿Por qué no le has dicho nada a mi hermana, que
rompiendo las reglas de la sobriedad ha encendido el fuego del erotismo con
aquella chica del río?, ¡¿por qué?!, ¡¿por qué no le has dicho nada?!... ¡¡Y no
me digas que la respuesta está en mi interior porque ya no puedo escuchar ni
ver nada con claridad!!, ¡necesito entender!, dame una respuesta, por favor.
El anciano, dedicándole una mirada integral de
rigor y benevolencia, le respondió con serenidad y contundencia:
-Tu hermano ha tomada la mano de aquella mujer a un
lado del río, y la ha soltado cuando ha llegado al otro lado. Tú has tomado la
mano de aquella mujer a un lado del río, y aún no la has soltado.
EL CIELO Y EL INFIERNO:
En un reino lejano de Oriente se encontraban dos
amigos que tenían la curiosidad y el deseo de saber sobre el Bien y el Mal.
Un día se acercaron a la cabaña del sabio Lang para hacerle algunas preguntas. Una vez dentro le preguntaron:
Un día se acercaron a la cabaña del sabio Lang para hacerle algunas preguntas. Una vez dentro le preguntaron:
-Anciano díganos: ¿qué diferencia hay entre el
cielo y el infierno?...
El sabio contestó:
-Veo una montaña de arroz recién cocinado, todavía
sale humo. Alrededor hay muchos hombres y mujeres con mucha hambre. Los palos
que utilizan para comer son más largos que sus brazos. Por eso cuando cogen el
arroz no pueden hacerlo llegar a sus bocas.
La ansiedad y la frustración cada vez van a más.
Más tarde, el sabio proseguía:
-Veo también otra montaña de arroz recién cocinado,
todavía sale humo. Alrededor hay muchas personas alegres que sonríen con
satisfacción. Sus palos son también más largos que sus brazos. Aun así, han
decidido darse de comer unos a otros.
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